España continúa siendo un país de turismo. Frente a los vaivenes del ladrillazo -el guadianesco y ciclotímico sistema económico que ha caracterizado la economía del país durante las últimas décadas-, la afluencia turística de amplio espectro (sol y playa, casas rurales, ciudades patrimonio, cultura, gastronomía, fiesta…) ha reportado unos beneficios financieros y culturales en progresivo incremento desde los años setenta, amparados por una industria estable, bien dotada de las necesarias infraestructuras y con prestigio internacional y tradición local.
Según datos del Ministerio de Industria, Energía y Turismo, alrededor de 60,6 millones de turistas escogieron a España como destino de su viaje a lo largo de 2013, lo que tuvo como fruto el ingreso de más de 55.000 millones de euros. Unos datos que reflejan un incremento de 5,6 puntos respecto al año 2012 y que permite a España recuperar la tercera plaza en el ranking mundial de turismo, perdida el curso precedente ante la emergente China, quien por el contrario -y este es un detalle comparativo a tener en consideración-, ha visto cómo sus cifras se estancan de una temporada a otra. Por delante en el escalafón, tan solo se encuentran auténticos pesos pesados como Francia y Estados Unidos. Incluso cinco comunidades autónomas como País Vasco, Cataluña, la Comunidad Valenciana, las Islas Baleares y las Islas Canarias marcaron un máximo histórico en sus estadísticas del sector, calificado por Mariano Rajoy, Presidente del gobierno español, como “el mascarón de proa de la economía nacional”. Regiones costeras, no obstante, que indican la tendencia al sempiterno turismo de sol y playa y la consecuente decadencia del turismo de interior, los desplazamientos regionales de fin de semana o la tasa de ocupación de casas rurales.
Condicionado y favorecido por factores coyunturales como la inestabilidad reinante en las riberas del mar Mediterráneo –el turbulento contexto político, social y económico de Grecia, las primaveras árabes en Túnez y Egipto-, así como por la reducción del coste de vida local -factor de atracción para el turismo extranjero y canalizador de la tendencia turística de los nacionales españoles, con menos poder adquisitivo como para viajar al otro lado de la frontera-, esta enseña de la tan cacareada Marca España y baluarte del endeble Producto Interior Bruto –su aportación supera el 10 por ciento de su total- se erige como uno de los principales sectores productivos y, por ende, generador de puestos de trabajo. Parejos a los guarismos anteriormente citados, corren los más de 22.000 puestos de trabajo creados por el turismo durante ese mismo año 2013, si bien muchos de ellos ligados como es natural a la estacionalidad de la temporada alta.
Estudiar turismo: una oportunidad de porvenir
Estos benignos datos, de los que incluso se augura que permanecerán en expansión durante el ejercicio de 2014, son una de las principales razones que explican la proliferación de escuelas de turismo en Barcelona, Madrid y prácticamente cualquier localidad de la geografía española. La oferta formativa al respecto del sector es amplia: desde formación profesional en el campo de la hostelería hasta grados universitarios de turismo, capaces de impartir los conocimientos imprescindibles para regentar una casa rural en Guadalest o gestionar los flujos de visitas de un hotel de lujo en Barcelona. Aunque el campo de trabajo se extiende hacia hoteles, restaurantes, hostales de ciudad y de playa, aparta hoteles, residencias, agencias de viajes, agencias de turismo, etcétera, los candidatos más requeridos suelen orientarse a puestos como auxiliares administrativos, agentes de viajes, promotores de ocio, personal para atención al cliente, animadores culturales, azafatas, recepcionistas, comerciales, jefes de cocina, cocineros y camareros.
A tenor de las alarmantes cifras de desempleo juvenil, las cuales no diferencian entre poseedores de estudios universitarios y trabajadores no cualificados, las posibles salidas laborales deben constituir un factor prioritario a la hora de escoger una u otra carrera o rama de estudios. En este caso, a la vista está que el turismo es un campo propicio para la incorporación continuada de trabajadores no cualificados y, sobre todo, de profesionales formados en tal especialidad, preparados adecuadamente mediante prácticas en el entorno laboral y adiestrados en los requisitos necesarios para triunfar en un sector que, aunque boyante, disfruta o padece de la misma competitividad interna que cualquier otro. Obviamente, no contratan a cualquiera para cargar con las responsabilidades que conlleva administrar una cadena de hoteles de 5 estrellas de Barcelona.
Entre las principales habilidades que deberá manejar el futuro trabajador del sector turístico se encuentra el cultivo de las relaciones personales, ya que el contacto con el cliente desempeña un aspecto fundamental, el dominio teórico y práctico, oral y escrito de idiomas extranjeros de amplio uso como el inglés, el francés, el alemán o los cada vez más presentes chino y ruso, y una capacidad organizativa que comprenda tanto unas sólidas pautas de autodisciplina y conocimiento administrativo como la iniciativa personal. Por descontado, el profesional de turismo ha de experimentar pasión por su área de especialidad. En muchas de sus vertientes, su cometido se centrará en transmitir los misterios más recónditos y redescubrir las maravillas culturales y de la idiosincrasia de una localidad, una región o todo un país.
A tenor de estas premisas, resulta evidente que una buena escuela de turismo será aquella que disfrute de amplios y variados convenios de prácticas con empresas directamente relacionadas con el sector turístico, así como aquella que no solo posea asignaturas de idiomas específicas y de un nivel de exigencia adecuado, sino que además ofrezca la disponibilidad de cursar sus materiales lectivos en idiomas alternativos al español. Su naturaleza obliga. Esta cuestión no se reduce al dominar el inglés. A día de hoy, quien no haya hecho del inglés su segunda lengua y pueda hacerse entender en ella con fluidez y precisión es poco menos que un analfabeto, tanto más en un ámbito en el que la comunicación con personas de otros países es elemental y que muchas de las tareas cotidianas a las que tendrá que hacer frente se tratarán en la lengua de Shakespeare, con fraseologías y fórmulas que se escapan al aprendizaje improvisado. Es decir, que demandan una preparación exclusiva y orientada a esta práctica laboral concreta. Por tanto, además del inglés como herramienta universal de negocios y entendimiento, controlar un tercer y un cuarto idioma supone un paso adelante para el profesional del mañana, gracias al cual podrá adelantar en su carrera de futuro a unos cuantos competidores.