Chapó y yo somos amigos desde la infancia. Nuestras familias eran vecinas. Siempre nos gustaron los coches, la mecánica, pero… ¡no mucho la escuela! A nosotros, nos molaba más desmontar coches, inspeccionar baterías, alternadores, cambiar motores, arreglar y pintar chapas… Bueno, todo lo relacionado con el mundo del coche y de la mecánica. Con lo cual, tuvimos muy claro y supimos muy pronto lo que queríamos hacer más tarde: abrir juntos un taller mecánico. Sin embargo, no teníamos idea de cómo se hacía ni local para ello ni sabíamos qué tipo de requisitos exactos debíamos cumplir para abrirlo. Entonces, decidimos dirigirnos a la asesoría madrileña Área Asesores, de la que habíamos oído hablar por parte de un amigo empresario que quedó muy satisfecho por los servicios prestados por dicha agencia.
El equipo de Área ofrecía, en efecto, un asesoramiento inmobiliario integral y un alto grado de compromiso durante las distintas operaciones. La agencia se preocupaba, para empezar, de analizar y entender nuestras necesidades. Porque nosotros de coches ¡sí que entendíamos! Pero, por lo demás… Así pues, lo primero que hicieron después de habernos escuchado, fue de enumerarnos la serie de requisitos que comportaba la apertura de un taller mecánico. Uno de ellos y de los más importantes era la instalación eléctrica, la que debía estar perfectamente adaptada a las necesidades de un taller mecánico. El cableado, por ejemplo, debía ser libre de halógenos y la instalación ejecutada por un instalador autorizado de baja tensión. También, nos explicaron que debíamos contratar una OCA (organismo de control autorizado) para poder tramitar y obtener el registro industrial. Detalles que, por supuesto, ignorábamos. La instalación de aire comprimido era otra de las obligaciones, así como una buena y adecuada gestión de residuos, ya que los aceites usados y piezas que ya no servían se debían tratar de la mejor manera posible solicitando una adecuada licencia ambiental. El aire acondicionado, la maquinaria que se utilizaría, la actividad perfectamente designada debían ser otros de los puntos por legalizar….
Nos informaron, además, de los documentos legales que debíamos tramitar y obtener, del tipo de nave, suelo, etc., que mejor se adaptaban a nuestra futura empresa. Una vez todo ello explicado, se pusieron en búsqueda de un local que correspondiera a nuestras necesidades y presupuesto. ¡Y dieron con una nave que nos pareció idónea y que se acoplaba exactamente a lo que buscábamos y necesitábamos! ¡Eran unos cracks!, pensamos satisfechos. Su misión de asesorar en el sector inmobiliario de empresa (industrial y logística, oficinas y venta al detalle) dentro del ámbito de agencia la habían cumplido a la perfección. Habían satisfecho nuestras necesidades a través de la aportación de valor y ayuda a la toma de nuestras decisiones. Ahora, sólo nos faltaba arremangarnos para poner manos a la obra y poder abrir lo más rápidamente posible nuestro taller.
Pero de pronto, con un sentimiento de inquietud, mi compañero soltó: “Oye… Área Asesores no lo ha solucionado todo, ¡salvo una cosa! – ¿Eh? ¿Pero qué dices? ¡Si han sido de lo más profesionales y excepcionales! –le contesté yo sin entenderle.– ¡El nombre! ¿Qué nombre le vamos a poner a nuestro taller mecánico?” La verdad, es que no nos lo habíamos cuestionado hasta ahora. “Y… ¿qué me dices de Taller Mecánico Chapí Chapó? –dijo de repente Chapó, riéndose– ¡Sí! ¡Guay! ¡Me parece un nombre estupendo!” Aquel nombre, en efecto, no sólo comprendía el mote de mi amigo (que a la vez era una expresión de admiración con cierto parecido fonético con la palabra “chapa”) sino también el mío y el de una serie infantil que juntos mirábamos en la tele al volver del cole…