Nunca digas: “de este agua no beberé, ni este cura no es mi padre…”, porque cuando menos te lo esperas, ¡aquel “nunca” sucede! ¿Por qué te digo eso? Sencillamente, porque a mí me sucedió. Te explico… Yo siempre había pensado y dicho que los hijos que metían a sus padres en residencias geriátricas era porque no tenían corazón y muy poca voluntad. ¡Zasca! Mira por dónde el invierno pasado me vi obligada a actuar de semejante forma con mi madre de 82 años. Tuve, en efecto, que tomar la dura decisión, tras su cuarta caída, de llevarla a la Residencia Sanvital, una moderna y especializada residencia para personas mayores ubicada en la Calle Rosalía de Castro en Madrid.
Era hora ya de que aceptara que la mala salud y desorientación espacial de mi madre no le permitía ya quedarse sola en casa sin vigilancia y atención alguna durante mi ausencia. Me costó aceptarlo, pero era obvio que para mi tranquilidad y el bienestar de ambas, mi madre necesitaba ser atendida las 24 horas del día por un equipo humano cualificado que le proporcionara toda la atención, el cariño y el respeto que se merecía. Con lo cual, fui a visitar la residencia en cuestión y la verdad es que me gustó mucho. Las habitaciones podían ser dobles, individuales o incluso de tipo “suite”. Para los ancianos más independientes y que gozaban de buena salud, existía asimismo la opción de los pisos tutelados. ¡Me encantó el lugar! Todo estaba pulcro, cuidado y aseado. Y bueno, lo que verdaderamente me llamó gratamente la atención es que tanto el personal como los residentes que cruzaba yo, exhibían una sonrisa fantástica y parecían felices.
Servicios “a la carta”
Tras haberles expuesto al equipo directivo y sanitario de la residencia las necesidades de mi madre, decidí que ahí estaría bien cuidada y a salvo de cualquier despiste o caída. ¡Dios lo que me dolió tomar aquella decisión! Yo, la que siempre había criticado a las personas que metían a los suyos en este tipo de residencias, había elegido, tal y como ellas lo habían hecho, la opción de internar a mi querida mamá en una de ellas. Pero a ver… Yo tenía que ser consecuente y realista con mi misma. Mi madre ya no era aquella mujer fuerte come el roble y ágil como el junco de antaño, sino una pequeña anciana frágil y senil que necesitaba cuidados especiales.
Con ello, en el centro no sólo le proporcionarían cuidados sanitarios médicos, de fisioterapia, de psicología, de terapia ocupacional, etc., sino también de promoción de la salud, de envejecimiento activo y de salud entendida desde la vertiente psico-social. Allí, lo englobaban todo además de ocuparse asimismo de la restauración, de la belleza y peluquería, de la lavandería y limpieza, del ocio, como lo son por ejemplo las actividades culturales, musicales, los talleres formativos, en los que se promovían visitas, excursiones, etc. ¡Vaya que mi madre iba a estar como oro en paño en dicho lugar! Sin embargo, cuando llegó el día tan temido de dejarla en la residencia, me sentí sumamente mal. Era como si yo abandonara a mi madre, aquella mujer que me había dado la vida y que la hubiera dado por mí si ello hubiera sido necesario. Me sentía culpable, “mala hija”, cuando en realidad era todo lo contrario, pero ahí la dejé. Salí del edificio tremendamente mal y llorando…
De ello, ha pasado cierto tiempo, y tal y como me lo repetía antes mi madre “el tiempo lo cura todo”. Y así es… Pues, desde que mi madre está internada en la residencia Sanvital de Madrid, sus facultades cognitivas han mejorado y se le ve feliz. Se ha hecho muchos amigos y se ha abierto al mundo. Le tiene en especial mucho cariño a una de las auxiliares de enfermería del centro, Eléah, quien la cuida como si fuera de la familia. En cuanto a mí, al trabajar tan cerquita de la residencia, puedo ir a verla casi todos los días y ello me permite poder disfrutar, como lo hacía en el pasado, de la fabulosa y espectacular sonrisa de mi querida mamá. ¡Eso no tiene precio!